miércoles, 4 de marzo de 2015



Pedralbes luce como hace 669 años

La capilla de Sant Miquel reabre tras un proceso parcial de restauración


 


Capilla de Sant Miquel del monasterio de Pebralbes, en Barcelona. / gianluca battista
 
Ni capas de pintura y suciedad acumuladas a lo largo de siete siglos, ni urnas de cristal que impiden ver directamente las pinturas. Desde hoy, las espléndidas pinturas góticas de la capilla de Sant Miquel del Real Monasterio de Pedralbes de Barcelona, lucen como nuevas, tal y como las pintó en 1346 Ferrer Bassa o alguien de su taller, por encargo de la abadesa Francesca Saportella, sobrina de la reina Elisenda de Montcada, fundadora del monasterio.
Los trabajos de restauración suelen ser duros, largos y complicados. Los de este minúsculo recinto de planta irregular han tenido que serlo bastante. La capilla ocupa un espacio entre los contrafuertes del ábside de la iglesia de apenas 20 metros cuadrados pero con casi 100 metros cuadrados de pintura, 75 en las paredes y 25 en el techo. “Lo difícil ha sido colocar un andamio y poder trabajar varias personas a la vez”, resaltaba ayer la restauradora Lídia Font, que ha dirigido los trabajos que comenzaron en 2011 con el estudio del estado y la técnica de estas pinturas. Font y su equipo, tras realizar unas 6.000 fotografías pudo saber que las pinturas se realizaron en 113 jornatas, la preparación de los muros, las sinopias, el repicado, los primeros dibujos y las capas de pintura que Bassa o uno de los suyos creó.
Sólo después ha comenzado la restauración propiamente dicha en la que se ha invertido un año de trabajo y 175.000 euros, de los que unos 30.000 provienen de una campaña de micromecenazgo que secundaron 224 mecenas.
Lo primero que hubo que hacer fue consolidar para volver a adherir las diversas capas de pintura de preparación entre ellas y entre el muro que las hacía peligrar. Ahí la capilla parecía un quirófano en la que las inyecciones de mortero fluido, los bisturís, las gasas, las compresas de gelatina vegetal de origen marino, el agar-agar, utilizadas para limpiar sin aportar humedad a las pinturas, fueron las auténticas protagonistas, además de las diestras manos de las restauradoras.
Tras estos trabajos, lo que más llama la atención, son los nuevos azules de los cielos y de algunos de los mantos de las vírgenes. Envejecidos por el paso de los años, daban a la estancia un aspecto nocturno, frío y apagado. El azul azurita recuperado vuelve a lucir brillante e intenso como hace 669 años. Se han recuperado los mármoles ficticios rojizos del zócalo inferior, cubierto hasta ahora por una pintura verdosa y las evidencias de la existencia de un altar adosado en el muro, justo debajo de la representación del Triunfo de la Virgen. En mucas zonas, solo las imprescindibles, se ha reintegrado la pintura a base de minúsculas líneas o rigatino.
Para evitar que las pinturas sufran más de lo debido se ha colocado una nueva iluminación, una plataforma con baranda y un sistema de tratamiento de aire para reducir al mínimo el impacto de los visitantes a partir de ahora.
La evolución de los trabajos en esta capilla de meditación situada pared con pared con la tumba de la reina Elisenda, son más evidentes porque sólo se ha podido actuar en los paneles principales. El resto tendrá que esperar, al menos, un año. “Habrá que ver cómo evolucionan y cómo responden los tratamientos que se han aplicado”, explicó en el interior de esta pequeña joya Anna Castellano, conservadora jefe del monasterio que recibió en 2014 más de 66.000 visitantes.
Lo que no ha desvelado la intervención es la autoría de las pinturas: si fue Bassa o un pintor que conocía la técnica italiana. “Ninguna de las pinturas de Bassa son así”, prosiguió Castellano. “Pero hubo unos años de los que no conocemos su producción y pudo ser el periodo que estuvo en Italia aprendiendo de los maestros italianos del Trescientos. Quién sabe”, remachó.